Crónica de mi visita a GAJA

Gaja: Cuatro letras que siempre sorprenden a los amantes del buen vino

Elizabeth Yabrudy - Visita a Gaja
Normalmente sueño con cosas que puedo alcanzar –aunque sea muy difícil hacerlo-y entonces las fijo como metas; así cuando las logro, me siento doblemente feliz.
 
Comienzo diciendo esto porque nunca imaginé poder visitar Gaja. En principio, antes de este viaje no conocía Italia. Como segundo punto importante, fue un viaje que decidí prácticamente de un día para otro y, siendo absolutamente honesta, lo planifiqué con el tiempo exacto como para poder conseguir el cupo de Cadivi (larga historia de control cambiario para aquellos que no dominan la realidad económica venezolana). Por último, cómo pensar que un mortal común pudiese llegar al Olimpo de las bodegas productoras de vino, sin siquiera haberlo soñado nunca.

El hecho es que parece que Dios siempre me acompaña, incluso en mis andanzas por “le bon vivant”.  Él puso en mi camino a un hombre que resulto ser mi ángel italiano: el señor Gianni Gagliardo, quien hizo de este viaje a Italia una experiencia inolvidable. Mi historia con él va en otro capítulo.


¿En serio, puedo ir a Gaja?

Los detalles de cómo conseguí la visita no los voy a revelar. Pero sí puedo decir que recibir la noticia vía correo electrónico me dejó perpleja. La niña que llevo dentro comenzó a correr alrededor de toda la casa brincando de la emoción. Por días no hacía más que preguntarme a mí misma: “¿Es en serio que voy a visitar Gaja?”. No quería contárselo a nadie. Sentía que si lo decía no iba ocurrir. Hasta que no pude más, se lo conté a mi familia y llamé a mi bella amiga y colega, Tamara Belgiovane, a quien agradezco cada día de mi vida por haberme ayudado a conocer y a enamorarme de los vinos italianos.

Leí cuanto pude sobre Gaja como bodega, sobre su dueño -el señor Angelo Gaja-, la historia de la familia… Vi todos los videos posibles sobre los vinos, la experiencia de negocios, sus anécdotas. En fin, exploté Internet como nunca antes. Y entonces, llegó el día.


El Portón Verde

Barbaresco no es solamente un vino o una denominación de origen. Es, en principio, un pueblo pequeño, con unos 600 habitantes, ubicado en la provincia de Cuneo, en el Piemonte (Italia). Un lugar súper tranquilo, pleno de viñedos, muy cerca del río Tanaro.

Como evidentemente no sabía cómo llegar a la bodega, tuve que preguntarle a la persona quien me hizo la cita. “Tranquila, no te preocupes. Es imposible, perderse. Tan pronto subas por la carretera, llegarás a una pequeña plaza y allí verás el portón verde y una placa que dice GAJA”. Y eso me recordó la vez que fui en búsqueda de la famosa puerta azul de la película Notting Hill. ¿La diferencia? Detrás de este inmenso portón verde, algo grande esperaba por mí.

Llegué 30 minutos antes de la hora, por lo que me tocó tomarme un café antes de presentarme en la puerta. Cuando toqué el timbre y me preguntaron si tenía una cita me sentí grande e importante. Y la verdad confieso que sólo con saber que iba a cruzar ese portón ya era suficiente. Claro que después descubrí que no. Cuando fueron a buscarme en la recepción me quedé con la boca abierta. Se suponía que era otra persona quien iba a recibirme. Creo que si ella recuerda mi cara de asombro, aún debe hacerla sonreír. Frente a algo que me resultaba impensable, no me quedó otra que preguntarle: “¿No eres Sonia, verdad?”. A lo que ella respondió: “No. Soy Gaia. La hija de Angelo Gaja”.

Caminamos hacia la entrada y nos paramos justo detrás del portón verde. Entre un poco de italiano, algo de español y una buena dosis de inglés, Gaia comenzó a hablarme sobre la bodega, la filosofía de trabajo y la historia de la familia. En plena conversación se abrió el ponto. Confieso que me distraje, pero… vaya distracción. Un hombre de estatura media, bien parecido, de pelo canoso, entró acompañado por un grupo de extranjeros. ¡Dios! Era Angelo Gaja. De nuevo, me quedé boquiabierta. Entonces Gaia me dijo: “¡Es mi papá!”.

Cuento la historia y vuelvo a quedarme sin aliento. Y creo que solamente alguien quien ame el vino como yo puede entender lo que sentí. Angelo Gaja. Como dirían los americanos: “Oh my God!”. Se acercó, ella nos presentó, y él extendió su mano hacia mí. Necesité un par de minutos para recuperarme y poder prestarle nuevamente atención a Gaia quien, extrañamente divertida, reía por mi actitud.


Elizabeth Yabrudy - Mi visita a Gaja
La Quinta Generación

Nuestro recorrido fue solamente por la terraza y la zona de la bodega donde envejecen los vinos; es decir, donde están las barricas. Esta sala no está a la vista de nadie, pues está en el sub-suelo. Hay que bajar unas escaleras y pasar por una suerte de túneles que al final te llevan hacia las oficinas o hacia la calle, del lado contrario al portón verde.

En Gaja saben lo que hacen y lo hacen con mucha pasión y ganas de hacerlo bien.  Ella, junto con sus dos hermanos, forma parte de la quinta generación de la familia dedicada a la producción del vino.

Dicen que Angelo Gaja factiblemente se retire pronto. Y Gaja, a sus 33 años, se ha convertido en la cara de la bodega ante los mercados internacionales. El trabajo de su hermana Rossana, es más de bajo perfil, pero ella también está involucrada en el negocio, al igual que su madre. Asumo que su hermano menor, de apenas 18 años, factiblemente también pase a formar parte –en unos años- de esta generación de relevo al mando de una de las bodegas más importantes y famosas del mundo.

Pero esa fama y lo particular de sus vinos no fue por un golpe de suerte. Angelo Gaja ha dedicado más de 50 años de su vida a trabajar en pro de los vinos italianos. Al igual que muchas otras regiones productoras, el Piemonte no escapó de ser una zona viti-vinícola en la que se elaboraban grandes cantidades de vino, pero de baja calidad. “El aporte que mi papá hizo a la Industria de nuestro país y en particular a la zona de Barbaresco fue grandioso. Él se encargó de trabajar arduamente para mejorar la calidad en la producción, tratando de mantener la tradición pero cuestionando las técnicas con las que hasta el momento se elaboraba el vino”, me comentó Gaia con mucho orgullo, mientras se quedaba quieta en la escalera mirando hacia abajo, como reflexionando.

Una cosa en la que Gaia enfatizó es que no se trata de dejar atrás lo antiguo, sino de mejorarlo, de tener un balance entre lo tradicional y lo moderno. “Mi padre lo que ha hecho es enfrentar lo tradicional para conseguir un mejor producto final. Y me refiero a la forma como se trata la uva, las cepas que se siembran, la forma de vinificar y cómo mercadear los vinos”.

Trabajar con Nebbiolo, que es la cepa estrella de Barolo y Barbaresco, no es nada sencillo. Esta variedad, cargada de taninos, debe ser bien tratada en el terreno, pues de lo contrario, da vinos con una astringencia muy marcada. Si se vendimia antes de tiempo, produce taninos verdes que no van a mejorar en la botella y que son muy rudos en boca. Basado en eso, algunos de los aportes de Angelo Gaja, según me contó su hija, han sido la reducción del rendimiento por hectárea, aplicar técnicas diferentes en la poda, el trabajo en los suelos para asegurar que los terrenos tengan los nutrientes necesarios y la cantidad de agua requerida, la plantación de las vides en la forma más adecuada para que consigan la correcta exposición solar y así su punto óptimo de madurez, entre otros.

Así también, el señor Gaja consiguió la temperatura ideal de fermentación para la Nebbiolo y cómo tratarla de la mejor manera durante la vinificación, de modo que diera vinos más aromáticos, expresivos y elegantes, y que su paso por la barrica francesa la mejorara y le diera longevidad a los vinos.

Y todas las cosas antes mencionadas fueron las que convirtieron a Barbaresco como región productora, en una zona reconocida. Antes de todas estas mejoras, los vinos de Barbaresco no eran muy bien vistos. Cuando la gente hablaba de tintos de alta gama en el Piemonte, únicamente hablaban de Barolo. Hoy en día no es así, y si tienen alguna duda, degusten una botella de Gaja Barbaresco.

Pero tener un buen vino y no mercadearlo, es como no tenerlo. Y allí uno de los aportes más importantes de Gaja para con la industria italiana. Primero Angelo Gaja , y ahora su hija Gaia, se dedican a dar a conocer sus vinos, cara a cara, a todo ese público quien pudiese estar interesado en degustarlo y adquirirlo. Realizan un trabajo de hormigas, viajando a muchos lugares del mundo y sorprendiendo a la gente con un excelente nivel de calidad. Y cuando hablo de aportes, lo digo porque por muchos años el vino de este país no tuvo muy buena reputación.

En la actualidad la producción anual de vinos de la bodega ronda las 350 mil botellas, contando no solamente los vinos del Piemonte (Barolo y Barbaresco), sino también los de la recién adquirida bodega en la Toscana (Montalcino y Bolgheri).


Gaja no es exclusivamente Angelo Gaja

Como acabo de comentarlo, Angelo Gaja fue uno de los responsables de cambiar no solamente la visión de los vinos italianos sino la calidad de su elaboración, y posicionó a Barbaresco como denominación de origen. Pero hoy día, sus hijas asumen cada día más responsabilidades en un negocio aún liderado por él, pero en el que la pasión y el criterio de la familia es tomado en cuenta.

Aunado a ello, está el hecho de que respetan el trabajo de todos sus empleados. Son una de las pocas bodegas que pueden permitirse tener el mismo capital de trabajo durante los 365 días del año. Cuando les comento esto lo que quiero es decirles que hasta los cosechadores son empleados fijos de la viña. Son personas entrenadas por ellos, que tienen su casa y alimento seguro, incluso fuera de la vendimia.

El señor Gaja es miembro de la cuarta generación de una familia que siempre tuvo relación con el vino. La bodega fue establecida en 1859 por su bisabuelo, inmigrante español de Cataluña, pero no era el único negocio de la familia. Aparte tenían un negocio de transporte de toneles de vinos y una hostería donde servían el vino producido por ellos, el cual poco a poco se volvió más y más relevante como fuente de ingresos.

Si bien es importante mencionar a su abuelo, más importante aún es hablar de Clotilde Rey, su esposa. Una mujer, según me comentó Gaia, quien parece tenía una energía sin igual y una capacidad para el mundo de los negocios como pocas mujeres la tienen. Tan pronto se unió a la familia, la señora Clotilde Rey se hizo cargo de la hostería y de la bodega. Todas las cuentas pasaban por sus manos.

El negocio del vino siguió teniendo tanto éxito que decidieron concentrarse en lo que sabían hacer: producir vinos. Y tal como me lo dijo Gaia durante nuestro recorrido: “Esto (el vino) lo sabemos hacer bien y tenemos mucho tiempo en ello, por lo que seguiremos haciéndolo”.

Hace unos 50 a 60 años no era común que la gente tuviera viñedos propios y produjera vinos, por lo que la familia Gaja era una excepción. Debido a que muchas familias nobles eran los dueños de las tierras, se estableció una especie de acuerdo en la que viticultores trabajan las tierras y vendían las uvas para elaborar los vinos, los cuales eran adquiridos casi siempre por los mismos dueños de las tierras.

La época durante -y posterior- a la Segunda Guerra Mundial  fue difícil, pero la familia Gaja sabía que sus tierras estaban dando buenos frutos, por lo cual no las sacrificaron. En 1937 salió la primera botella que decía en la etiqueta Gaja. Giovanni Gaja, el padre del señor Angelo, fue quien tomó la decisión. Tal como me lo comentó Gaja al final del recorrido: “Fue en ese momento que él entendió que ya quien debía brillar era nuestro nombre, nuestra bodega, y no la región en sí, la cual venía protagonizando las etiquetas hasta el momento”.


Degustación en Gaja

La Degustación

En otra ocasión podría decir que finalmente llegó el momento más esperado, pero la verdad es que cada instante de esta visita fue maravilloso. En cualquier caso, creo que sabía que esperar: un vino de gran  calidad.

Cuatro copas. Tres tintos y un blanco. La excelente compañía de Sonia, la asistente del señor Gaja, quien originalmente pensé iba a recibirme y a guiar mi paseo por la bodega.

  • Vino 1: Gaja Barbaresco 2009
    Es, por decirlo de alguna manera, el vino ícono de Gaja. Producido en su totalidad con la cepa Nebbiolo, cultivada en 14 viñedos  en Barbaresco.
     De capa media, color rubí con destellos granate. Bastante frutal en nariz, con notas florales fáciles de distinguir, en especial la violeta, factiblemente producto de una añada calurosa según me comentó Sonia. Al reposar un poco ofrece notas a caramelo de menta y el regaliz se siente más pronunciado. En boca tiene buena acidez, un toque mineral y se despide con un ligero amargor. Es un vino envolvente, que llena la boca y persiste por un buen rato. Sin duda un producto listo para beber ahora, pero con un amplio potencial de guarda.
  • Vino 2: Sorì San Lorenzo 2008
    Sorì San Lorenzo es el nombre de un viñedo adquirido por la familia en 1964. “Sorì” significa tope de la colina con exposición al sur y el nombre de San Lorenzo corresponde al del santo patrono de la Catedral de Alba. Esta ubicación del viñedo (con exposición al sur) es ideal para el cultivo/maduración de la Nebbiolo.
    Según me comentó Sonia, esta fue una excelente añada. Es un vino color rubí, de intensidad media. Más potente en nariz, súper expresivo, con notas especiadas y florales que están por encima de la fruta. Un dejo balsámico, algo de romero y regaliz pueden identificarse en la copa. En boca es un vino mucho más potente que el anterior, con una estructura superior, más astringente y, sin duda alguna, más persistente. A mi gusto personal, un vino de esos para comprar y guardar hasta conseguir el momento ideal para beber. De seguro estará mucho mejor en unos años.
  • Vino 3: Sorì San Lorenzo 1997
    Sin duda el ejercicio fue hecho adrede. Un mismo vino, con nueve años de diferencia. Tal como me comentó Sonia, esta añada fue perfecta en Italia. ¡Excelente oportunidad!
    Es un vino –al igual que el anterior- elaborado con 95% de Nebbiolo y 5% de Barbera, dentro de la comuna de Barbaresco, pero con Denominación de Origen Controlada Langhe Nebbiolo.
    Como es lógico, luego de un año en barrica y otro año en toneles de roble, más unos 13 años reposando en la botella, este vino se presenta con una capa baja  y un color rojo granate. Con una nariz de intensidad media, recuerda notas de humedad, incluidas las de champiñones y trufas, acompañadas de otras notas herbáceas como eucaliptus, romero, menta y hojas de tabaco. El toque frutal surge luego de dejar reposar la copa, cuando una dosis de ciruelas bien maduras puede percibirse, así como algo de especias dulces.  En boca tiene una entrada sutil, una acidez aún presente que se balancea perfectamente con las notas minerales. Es un vino muy elegante, con una astringencia que acaricia y un gran final. No quieres que se termine nunca.
  • Vino 4: Gaia & Rey 1999
    El mejor engaño. En principio hasta ese momento habría dicho que a nadie se le ocurre servir un vino blanco tranquilo después de tres tintos. Y si el color de ese vino es de un amarillo súper intenso, con ciertos destellos ambarinos y una densidad importante, no puedes más que pensar que se trata de un vino de cosechar tardía. No sabía que Gaja los produjera.
    Pues no se trata de mi ignorancia. Simplemente no los produce.  Gaia & Rey es el vino blanco más exquisito e impresionante que me he tomado en la vida. No es un vino de cosecha tardía, es un blanco tranquilo, pero con una potencia tan increíble que sin duda no podría haber sido degustados antes del Barbaresco, porque habría ido en detrimento de los tintos.
    Si leíste toda la crónica de mi visita a Gaja sabes entonces que Gaja es la hija de Angelo Gaja y Rey viene de Clotilde Rey, la abuela del señor Angelo. Y entonces entiendes por qué el vino es así: potente, grande, con una personalidad única.
    Se trata de un Chardonnay con Denominación de Origen Controlada Langhe, el cual se añeja en barricas de roble nuevas o de corto uso. Como ya lo comenté, tiene un color amarillo súper intenso, con ciertos destellos ambarinos (es un vino de 13 años), absolutamente aromático, con una paleta que parece infinita. Notas herbales pero dulces, pan tostado (tipo brioche), miel, flores blancas, manzanilla… Muy por debajo, un dejo de frutas maduras. Es un vino para descubrirlo poco a poco. En boca es absolutamente balanceado, goloso, son una gran estructura pero delicado a la misma vez. Es un vino impresionante.

Creo que está demás decir que el cierre de mi visita a Gaja fue tan perfecto como cada uno de los momentos que viví allí dentro, y de cada uno de esos minutos y horas invertidos en investigar antes de llegar al ansiado portón verde.

Fue maravilloso entender que los productos de Gaja no son buenos porque tengan muchos premios o porque cuesten mucho dinero, son buenos porque son productos de calidad, consistentes, elaborados con tradición e innovación, con un increíble amor a la tierra, por una pasión que se traduce en el deseo de hacer los mejores vinos del mundo.

Mi eterno agradecimiento a Gianni Gagliardo por haber hecho posible esta visita y, por supuesto, a Gaia Gaja por haberme abierto las puertas de su bodega con tanta sencillez para mostrarme la pasión y el arduo trabajo detrás de estas cuatro letras: GAJA 

¡Salud!